César
Córdova



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Como pinturas figurativas que recrean u homenajean a maestros del pasado, los cuatro óleos de César Córdova en pequeño formato implican a la vez transgresión en cuanto a las alteraciones temáticas (de carácter erótico) y evidente veneración a Vermeer, sobre todo en sus citas de ventanales y en la inclusión del cuadro dentro del cuadro.

- Teresa del Conde



Figurativo y con una excelente técnica de lenguajes realistas, Córdova se caracteriza por la diversificación de narrativas. Atrevido y vulgar al apropiarse de la elegancia de Vermeer para convertir sus interiores domésticos en escenarios de relaciones eróticas, y muy divertido cuando coloca a Pikachu como protagonista de la pintura de Botticelli, el pintor ha desarrollado una serie más sobria que relaciona lo humano, lo animal y lo tecnológico a través de imágenes que refieren a procesos industriales de alimentos cárnicos.

- Blanca Gonázlez Rosas



La obra de César Córdova se expone ahora a la manera de los viejos salones-galerías del pasado, como un gran ajedrezado de pinturas que se siguen una tras otra sobre la pared, lo que nos remite a las telas que tratan el tema de un cuadro dentro de otro. Esta disposición conversa bien con las obras expuestas, en las que el autor se ha valido de los espacios de pintores consagrados (Vermeer, Velázquez, Leonardo, Géricault...) para poner en tan distinguida ambientación los más insospechados personajes y situaciones. En la habitación donde posaron los personajes de Vermeer para sus obras de género y alegorías, Córdova dispone, cobijados por la misma luz que filtra un ventanal de Delft desde el siglo XVII, a un conejo o a dos perros apareándose y, ahí mismo, delante de los simbólicos mapas de la ciudad o de las pinturas religiosas, sobre el reconocible piso marmoleado o apoyándose en la robusta mesa de aquellas obras, hay chicas en situaciones eróticas que, lejos de la tradición pictórica, nos hacen pensar en una página de internet desprovista de prestigio artístico. En otra obra nos encontramos el estudio de Velázquez, al que el pintor hizo entrar a los reyes con su malabarismo óptico en Las Meninas, y vemos un personaje que estaba en el cuadro original, el perro, aunque esta vez multiplicado en una nutrida jauría. En un cuadro de gran formato, en el espacio donde Leonardo dispuso a Jesús y los apóstoles para La Última Cena, vemos ahora a un grupo de monos alimentándose sobre la mesa. Si Géricault había pintado un drama de naufragio y desolación en su Balsa de Medusa, Córdova conserva la balsa del original con la vela hinchada, el mar y el cielo embravecido, pero los náufragos que retratan el desencanto moderno y la esperanza vacía, salen de la escena para ser sustituidos por una chica desnuda sobre una ballena inflable que coquetea como si estuviera en una piscina. Se trata de un montaje paradójico y desenfadado donde convive lo que forma parte de la tradición reconocible con lo inusitado en el arte canónico.
Un recurso más que César Córdova utiliza para dialogar con los maestros del pasado es la técnica misma, ya sea valiéndose de unas cuantas pinceladas o de elaborados juegos de luces y sombras. Renacimiento, Barroco, Romanticismo están presentes no sólo por los espacios que se citan, también por la textura y la pincelada de los originales, lo que a su vez se consigue con una economía de medios propia de la ruptura contemporánea.
Estos cuadros nos recuerdan que la pintura no admite la limitación de lo previsible y que no hay objeto pictórico consagrado ni disposición anímica determinada para su contemplación. Más allá de la solemnidad, entre el homenaje, el humor, la transgresión y el erotismo -entendiendo erotismo no como la contemplación aceptable del cuerpo desnudo, sino la pose simplista y cachonda de la erotización popular-, sea cual sea el objeto que el pintor escoja, la calidad de un cuadro no se limita a nuestras expectativas de prestigio y corrección política. César Córdova nos invita a mirar de nuevo, sin solemnidad ni prejuicio, y a repensar nuestras concepciones del quehacer artístico.

- Salvador Ortiz